Las vacas, las gallinas, los cerdos, las ovejas…todos los animales que identificamos como “de granja”, han ido desapareciendo poco a poco de nuestros campos a medida que la producción de alimentos se ha ido convirtiendo en un enorme gigante industrial. Ya ni siquiera hay granjas, han sido absorbidas por el gigante para convertirse en enormes naves industriales con miles de animales, para producir a un ritmo vertiginoso e insostenible para todos, para el planeta y para ellos mismos.
Creo que hoy en día todos hemos oído hablar de los efectos tan adversos que esta enorme industria tiene sobre nuestra tierra; emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global y al fenómeno del cambio climático, ríos contaminados, bosques deforestados para convertirse en campos de cultivo llenos de fertilizantes, plaguicidas y otros productos químicos, la vida salvaje destrozada, animales y plantas que mueren por falta de recursos, por la destrucción de su hábitat o por los efectos colaterales derivados de los sistemas de producción intensivos, fuentes de alimento, fundamentalmente cereales, que podrían alimentar a billones de personas y que sin embargo se destinan a alimentar a esos miles de animales, que luego van a parar a nuestra mesa.
Y claro, todo eso antes de pensar una cosa: en ellos. En TODOS esos animales que deberían respetarse y protegerse por una simple cuestión de ética, aunque la realidad de nuestra sociedad nos muestre que eso no es así, y que todo ese respeto que les debemos, que toda nuestra ética, quedan sacrificados por otro tipo de intereses, principalmente económicos.
Si hablamos del vínculo humano-animal, causa principal que nos trae a leer estas líneas, y del sentimiento de empatía hacia esos individuos de otras especies, (y que obviamente no todas las personas son capaces de desarrollar), entonces todo el mundo entiende que los perros adoran correr tras una pelota, o jugar en el agua, o sentarse panza arriba para que se les rasque, y también que se esconden bajo la mesa cuando viene alguien que no les gusta, o que no conocen. Y que los gatos ronronean cuando están a gusto, que necesitan frotar sus uñas contra todas las cosas que tenemos en casa para afilarlas, o que su extrema curiosidad les lleva a explorarlo todo. En estos casos entendemos y asumimos que estos animales tienen unas necesidades básicas, y que sienten placer, miedo y alegría.
Entonces, ¿por qué no entendemos que también es así para el resto de animales? ¿Por qué nuestra percepción varía tanto cuando se trata de un pollo, un conejo o incluso una vaca…?
Pues a pesar de que las neuronas y las células cerebrales son exactamente las mismas en todos nosotros, al parecer estas especies nos quedan muy lejos. Claro, no los tenemos en casa, (bueno sí, pero no de esa forma), no vienen a recibirnos a la vuelta del trabajo, ni se sientan con nosotros a los pies del sofá (o sobre él), no estamos familiarizados con ellas… y todo esto hace que nuestro subconsciente los coloque en una “caja diferente”, y que así podamos gestionar nuestra relación con ellos también de manera diferente.
Pero por mucho que queramos hacer esto, la realidad sigue ahí, los animales siguen ahí, y por eso queremos darles voz, queremos darles la oportunidad de que nos cuenten cómo es realmente su vida; dónde viven, cómo pasan sus días, con quién y haciendo qué. Y cómo se sienten, para de esta forma acercarlos un poco más a nosotros, acortar esa distancia que parece que nos separa de ellos e intentar así que tomen más importancia en nuestras vidas y menos EN NUESTRA MESA.