De Marcos Reina.
Más conocida como mala hierba, la flora arvense cumple una función esencial en el equilibrio natural: oxigena el suelo, protege los cultivos y favorece la biodiversidad. A pesar de ello, suele ser eliminada de forma sistemática por considerarse indeseada. Sin embargo, estas plantas, ajenas al control humano, poseen una sorprendente capacidad de resistencia y renacen una y otra vez, brotando en huertos, aceras o entre las grietas del mármol de los templos.
Las arvenses pueden entenderse como una metáfora de lo inesperado y lo marginal: ideas que surgen sin permiso, intuiciones que desafían el orden establecido. Representan lo espontáneo, lo que no busca protagonismo pero sostiene silenciosamente el paisaje cotidiano. Su presencia plantea una pregunta abierta: ¿qué sucede cuando estas formas de vida, resistentes y persistentes, encuentran su lugar dentro del museo?