La artista Belén Millán reflexiona sobre los efectos de los microplásticos y nanoplásticos, que en esta muestra aparecen como una entidad simbiótica, inseparable de los ciclos vitales, capaz de alterar para siempre cuerpos, territorios y formas de vida. Como sucede con la invasión plástica, la exposición se despliega entre el exterior y el interior del edificio. Así, en el jardín del MVA, una intervención en los árboles hace visible la circulación de flujos plásticos que desbordan ramas y raíces, descendiendo simbólicamente hacia el mar. En el interior de la sala expositiva, una video-instalación inmersiva articula una narrativa entre ciencia ficción y poesía: un viaje sensorial que reflexiona sobre la toxicidad plástica y la interconexión de ecosistemas.