Cada vez más estudios demuestran la implicación de motivos emocionales en la ganancia o en la pérdida de peso pero hasta ahora todas las enfermedades asociadas con la alimentación solo han sido estudiadas desde la perspectiva de la nutrición. Esta razón ha provocado que tanto las dietas o las estrategias para mejorar la salud se hayan centrado en los alimentos que comemos y su efecto en nuestro organismo y se han ignorado las causas emocionales.
Las razones emocionales y una mala relación con la comida nos lleva a comer más o menos cantidad de lo habitual, pero también determina la forma en la que comemos, los horarios, las elecciones que hacemos, y puede aumentar las restricciones y los atracones. Y si analizamos la publicidad (cuyo componente emocional es alto) y las tácticas de reclamo solo están centradas en el alimento.
Y es cierto que no es lo mismo una galleta que una naranja desde un punto de vista nutricional, pero si la relación que tenemos con ambos alimentos no es sana, el resultado va a ser muy parecido.
Entonces, ¿cuánto influye la alimentación emocional en nuestras elecciones alimentarias? Para averiguar esta situación debemos medir aquellos aspectos que pueden influir en las decisiones que tenemos y para ello existen algunos cuestionarios o escalas de alimentación emocional para adultos. En un estudio de las doctoras Ana Teresa Rojas Ramírez y Mirna García Méndez (2016) se propone la construcción de una escala de alimentación emocional atendiendo a 5 factores: emoción, familia, impulsividad, cultura y efecto del alimento.
La persona que tiene comer emocional encuentra dificultades para diferenciar entre la identificación de sus emociones y las sensaciones de hambre (Courbasson et al. 2008) y se centra más en comer ante periodos de ansiedad o negatividad para evitar los pensamientos o sentimientos dolorosos (Clerget, 2011). En el estudio mencionado, los participantes debían responder a una escala de 1-6 (totalmente en desacuerdo – totalmente de acuerdo) a una batería de preguntas sobre la alimentación y la relación emocional con ella. Entre los resultados de la investigación podemos ver que de 20 aspectos que las personas relacionan con la alimentación (Cardoso, 2006), solo uno hace referencia a la nutrición. Como bien comenté en el libro “Psiconutrición” (Herrero & Andrades, 2019), el comer emocional no es exclusivo a emociones negativas y puede estar asociados a aspectos positivos (fiestas, cultura, interacciones).
Por tanto, saber identificar cuándo hay un componente emocional que afecta a la forma de comer va a ayudar a las personas a reconocer el vínculo emoción-alimento y saber diferenciar entre hambre fisiológica y hambre emocional. Para ello, se abre también una puerta en clínica para ayudar a identificar la relación alimento-emoción y elegir las mejores estrategias.