Decía esta afable y menuda mujer que hay que ayudar a los demás hasta que te duela, para luego seguir dando todavía más. Suena casi a masoquismo emocional, a llevar al extremo la solidaridad, la generosidad y la empatía con los demás.
Desconozco la existencia o no de este síndrome aquí referido. El uso que quiero hacer de este juego de palabras va orientado a describir a un grupo de personas, situadas en el punto contrario al concepto del egoísmo negativo.
Las personas que padecen el síndrome citado se caracterizan por tener facilidad y necesidad de ayudar a los demás, mostrando enormes dificultades para dejar ayudarse. Se trata de personas sensibles a las insuficiencias ajenas, pero un tanto “ciegas y sordas” a las suyas propias, incluso cuando los demás le tienden la mano.
Son personas que se desviven por los otros, que anteponen cualquier asunto a los suyos propios, los cuales consideran de segunda categoría o incluso ni tan siquiera los consideran. Curiosamente, esta actitud de “auto-olvido” puede generar conflictos en la relación con su entorno, algo que no sucede nunca cuando es ella la que está en disposición de ofrecer.
Estas personas se “miran poco al espejo”, ya que siempre tienen a alguien cercano a quien pueden socorrer, exista o no una petición explícita de apoyo por parte de los otros. Ayudar se convierte en un deber, en un estilo de vida, del que tienen verdaderas dificultades para salir. Por cierto, para salir, se debe ser consciente de que se está dentro, algo que tampoco pasa muy a menudo.
En ocasiones, sí puede producirse ese despertar, sobre todo cuando surge una decepción por un comportamiento no recíproco de esas personas a las que se les ayuda. No obstante, ello no implica necesariamente que se exprese ese malestar, siendo lo habitual guardar silencio y soportarlo con paciencia y respeto… hacia los demás.
No en todos los casos, pero ocurre que este síndrome tiene una carga religiosa importante, por aquello de la generosidad indefinida, la comprensión infinita y la voluntad de ayudar siempre, a todos y en cualquier momento.
Mi intención no es promover el egotismo, que es justo lo contrario, sino buscar un punto intermedio, una posición que nos permita seguir pensando en los demás, pero sin que ello resulte excluyente de nuestra propia vida.
¡Enseña cómo se coloca el chaleco salvavidas con el tuyo ya puesto!
LA PREGUNTA DEL "MILLÓN": ¿Conoces a personas así que pueden estar sufriendo en silencio?
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Manuel Salgado Fernández
PSICÓLOGO CLÍNICO // Col. AN-2.455