Coexistir es un verbo que parece no requerir que hagamos nada, simplemente estar con otros. Sin embargo somos incapaces de ser sujetos de ese verbo cuando es en compañía del resto de especies que habitan en las ciudades. Nos hemos convertido en el peor enemigo de la convivencia no solo ignorando a nuestros compañeros en la urbe cuando nos necesitan sino además invadiendo sus espacios, creando desequilibrios y provocando problemas que solo sabemos resolver con violencia. Somos los sujetos perfectos de asediar, atacar e incluso matar cuando se habla de relacionarnos con el resto de animales que simplemente existen, por sus propias razones, en un territorio que nosotros hemos tomado como nuestro. Este concepto de posesión del territorio nos ciega hasta el punto que hay quienes se quejan del ruido que hacen las aves por la mañana, del ladrido de un perro por la calle al cruzarse con otro o incluso de que en la zona del río haya culebras que cruzan por el carril bici. Hemos llegado al absurdo de olvidar la grandeza de una ciudad llena de vida, sin exigir ni cuidar los espacios para que sean habitables por todos, llevando al límite la protesta por la limpieza cuando entran los animales como causantes pero asumiendo como normal y no punible convertir en un vertedero el río de nuestra ciudad. Ignoramos por completo las necesidades también de especies consideradas como protegidas y que hacen que los atardeceres en primavera sean algo espectacular. Llegamos además a provocar conflictos entre especies de los que no nos hacemos cargo hasta que la situación se vuelve insostenible y siempre tomamos el atajo de la violencia. Todo esto y mucho más define el posicionamiento institucional y de gran parte de la ciudadanía con respecto a la convivencia con los animales en nuestra ciudad. Aún estamos a tiempo de dar un giro y crear un modelo de ciudad habitable por todos, una urbe llena de la belleza incomparable de la diversidad, con espacios creados para que otros también vivan y llenar de empatía nuestras acciones como habitantes. Y como animales que somos también querremos alguna recompensa: una ciudad no asfixiante, con colores y sonidos llenos de armonía, una ciudad de la que no tendremos tanta necesidad de huir.