Intentando encontrar las razones de por qué los humanos maltratamos a los animales durante la crianza y sacrificio de los mismos para nuestro consumo, hay un autor, Peter Singer, que en su libro “Una vida ética”, editorial Taurus, págs. 161/162, nos dice así:
Nuestras presentes actitudes datan del advenimiento del cristianismo. Hubo una motivación específicamente teológica para la insistencia cristiana sobre la importancia de la pertenencia a la especie: la creencia de que todos los nacidos de padres humanos son inmortales y están destinados a una eternidad de bienaventuranza o al tormento eterno. Con esta creencia, la muerte del Homo sapiens adoptó una significación atemorizante puesto que llevaba a un ser a su destino eterno. Una segunda doctrina cristiana que condujo a la misma conclusión fue la creencia de que puesto que somos creados por Dios somos de su propiedad y, por tanto, que matar a un ser humano supone usurpar el derecho de Dios de decidir cuándo debemos vivir y cuándo debemos morir. Tal y como expresó Tomás de Aquino, acabar con una vida humana es un pecado contra Dios del mismo modo que matar a un esclavo supondría un pecado contra el dueño a quien el esclavo pertenecía (Suma teológica, 2, ii, cuestión 64, art. 5). Por otro lado, se creía que los animales no humanos habían sido dispuestos por Dios para el domino del hombre como se recogía en la Biblia (Génesis 1:26, 28 y 29. 9:1-3). Por tanto, los humanos podían matarlos a discreción en la medida en que los animales no pertenecieran a otro.
Durante los siglos en los que el cristianismo dominó el pensamiento europeo, las actitudes éticas basadas en estas doctrinas se convirtieron en parte de la ortodoxia moral incuestionada de la civilización europea. Hoy esa dogmática ha dejado de ser generalmente aceptada, pero las actitudes éticas que provocó encajan con la creencia occidental profundamente aceptada del carácter único y de los privilegios especiales de nuestra especie, y han sobrevivido.
Si es o no así, en nuestra tertulia iremos posicionándonos.