El Pan Vuestro, en una cuidada edición de El Libro Feroz —qué manera tan bonita de “cocinar” libros tiene esta editorial—, se inicia con un maravilloso cuento-prólogo de Francisco Ruano. A lo largo de sus páginas, los versos se acompañan de las inquietantes y lúcidas ilustraciones de Francisca Alfonso, y se inician con una cita de César Vallejo (“Estos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”).
Este poemario nos habla tanto del mundo externo que envuelve al ser humano (por ejemplo, de una ciudad que “siempre huele a un pasado glorioso / y nadie se preocupa / por cambiar el aceite de freír los triunfos”) como del universo más íntimo (“pero ese niño de los ojos casi verdes / no deja de observarme. (…). Que deje de mirarme / porque así no puedo seguir / y pierdo el hilo de la historia / que pretendo matar”).
La harina con la que se cuece El Pan Vuestro sabe a disconformidad y a cierto desasosiego pessoano, porque “nadie se siente un perdedor”, aunque “todos se esconden en una maleza / de bolsas que llevan el trofeo de la mejor ganga” (“El murmullo me persigue / pero a mí me duelen los pies / de tanto andar imitando a los dioses”).
Pero, al mismo tiempo, la derrota no se ha instalado del todo como un manto helado, así que también se percibe una cierta ¿esperanza?, “congelada”, basada en la valentía de, al menos, ser consciente del mundo y de uno mismo (“Hoy le falta un ingrediente al conjuro del miedo. / Ahora le grito a mi vida desde el vacío / para que sea consciente de sí misma”). Porque siempre podemos marchar allí “donde nadie promete playas / y se dicen las palabras justas”, para seguir buscando algo de verdad, “por primera y penúltima vez”, frente a tanto cinismo.
Un lugar donde no se prohíban “las miradas celestes, / las risas flojas, / las viejas leyendas, las leyendas viejas / y los reinos en las esquinas”.