Impartida por: Ángel Martínez
No existen emociones negativas. Ni positivas. Sólo emociones. Esto es, reacciones inmediatas, en formato intenso y simple, a situaciones concretas. Las emociones detectan el valor que tienen para la vida determinadas experiencias y son una respuesta a las mismas. Por eso, dependiendo de lo que cada persona o comunidad valora, una misma situación puede dar lugar a muy diferentes manifestaciones emocionales. Desterradas por las perturbaciones que sus excesos podían provocar, e incluidas en el saco de las desconfianzas hacia lo corporal, las emociones fueron consideradas peligrosas durante siglos porque interrumpían el razonamiento sereno y “fiable”. Desde hace algunas décadas las estamos recuperando aunque sea tímidamente y sin poder evitar todavía su halo perturbador, lo cual nos lleva a menudo a considerarlas insanas y a buscarles remedios o simplemente a ignorarlas. Seguimos inventado recetas en forma de métodos y fármacos para controlarlas, suavizarlas o incluso anularlas. ¿Qué sucede si, por el contrario, consideramos el mundo emocional como parte de lo “razonable”? ¿Qué es una emoción si la consideramos un “pensamiento” al mismo nivel que el más afinado argumento lógico? ¿Cómo vivimos si experimentamos nuestras emociones como reacciones legítimas y hasta apropiadas para lo vivido? La emoción se transforma entonces en vida, y sólo vida. Y su negación en negación de la vida, esto es, en la verdadera enfermedad. La propuesta es escuchar el mensaje de las emociones, y seguirlo, para reaccionar, para buscar, para aprender, para identificar, para relacionarse, para vincularse. Para vivir, sin más.