Durante las décadas posteriores al regreso de Juan Sebastían Elcano a España, tras la primera circunnavegación, las preguntas se multiplicaron de manera exponencial. Se había demostrado que la Tierra era redonda y se habían unido las rutas a Asia por oriente y occidente. Elcano falleció en 1526, en las inmensidades del Pacífico. Hasta 1565 no logró el agustino Andrés de Urdaneta, por encargo de Felipe II, determinar la ruta de Filipinas a México, el famoso tornaviaje, que enlazó Asia con América. Fue una prueba de la eficacia del incipiente capitalismo global, que se establecía desde la península ibérica. Pero las grandes cuestiones políticas y culturales requerían una valoración distinta. Seres humanos, montañas, animales, plantas, debían ser calificados y clasificados. Las estrategias de definición de aquello que es humano y de qué manera fueron resultado de un proceso lento de análisis de la experiencia y construcción de consensos y objetividades. En primer término, mediante la señalización de sus términos y, en segunda instancia, a partir de estatutos legales que permitían identificarlo. De ahí que fuera posible ir anotando en una especie de cuaderno de observaciones todo aquello que sumaba, tener ciudades, jefatura, dioses o registros, y lo que definitivamente restaba, ser caníbal, hostil o licencioso. En el encuentro forzoso con otros, los seres humanos de todos los continentes se hicieron felices, arrojados, fanáticos, resentidos o melancólicos, pues el régimen de las emociones modernas fue resultado de esos encuentros, positivos o fatales, que determinaron un futuro de comunidades interconectadas a escala global.