La conferencia es impartida por Víctor Rabasco García, profesor ayudante doctor en el Departamento de Patrimonio Artístico y Documental de la Universidad de León y miembro del Instituto de Estudios Medievales de la misma universidad.
El proceso de desintegración progresiva que culminó con el colapso del califato de Córdoba en el año 1031 fue acompañado de la paralela eclosión de taifas o reinos independientes en todo el territorio de al-Andalus. De entre ellas, por extensión, influencia y poder, destacó la taifa de Sevilla bajo el dominio de los abadíes, que supo recoger en parte el testigo del extinto esplendor omeya.
Fundada en 1023 por el cadí Abu-l-Qasim Muhammad Ibn Abbad —de donde proviene el nombre de la dinastía—, la taifa de Sevilla se extendió por un amplio territorio, que en su momento álgido abarcó localidades tan dispersas como el Algarve portugués, gran parte del Alentejo, Niebla, Huelva, Algeciras, Morón, Carmona o Arcos, así como parte de las tierras del reino de Toledo y Jaén, llegando a incluir en varios momentos a la antigua capital califal, así como Murcia, lo que la convirtió en la taifa más extensa de al-Ándalus.
En el terreno arquitectónico, los abadíes emprendieron un programa destinado al embellecimiento de la ciudad de Sevilla, construyendo lujosas edificaciones y palacios como el denominado “Alcázar al-Mubarak” (el Bendito), que probablemente constituyó el núcleo sobre el que se desarrolló el actual Alcázar. Al mismo tiempo, establecieron una corte de intelectuales que atrajo a sabios de todas partes y que es considerada una de las más prestigiosas de todo el periodo andalusí. Sevilla se convirtió así en capital intelectual de al-Ándalus y principal centro cultural de la Europa de ese momento.
El esplendor de la corte de Sevilla bajo dominio de los Banu Abbad contrastó con las turbulencias políticas que jalonaron su reinado, marcado por los constantes conflictos con las taifas vecinas y, cada vez más, con los pujantes reinos cristianos. Fue precisamente la caída de Toledo en manos del rey de León, Galicia y Castilla, Alfonso VI, en 1085, lo que motivó la llamada de socorro de varias taifas a los almorávides, culminando en la ocupación de Sevilla por parte de éstos últimos en el 1091 y el final de la dinastía abadí, con el exilio de su último rey a Marruecos.
Pese a lo escueto de su dominio —del 1023 al 1091—, los abadíes proporcionaron algunos de los personajes más reconocibles de la historia de al-Ándalus, entre los que cabe destacar al-Mutadid y, más aún, su hijo al-Mutamid —considerado uno de los poetas andalusíes más brillantes— o la esposa de éste, al-Rumaykiya, que han pasado al terreno de la leyenda popular hasta nuestros días.