Hace diez años, en lo más hondo de la crisis económica, recién llegado a Barcelona y obligado por la aritmética de la necesidad, Javier López Menacho aceptó trabajar como mascota para una conocida marca de chocolatinas. Durante ocho horas al día bailó y cantó en el interior de un pesado traje sin ventilación. Su puesto duró lo que duró la campaña publicitaria, sin embargo, tardaron meses en pagarle. Dentro iba en calzoncillos. La metáfora se hace sola. Este es solo el primer peldaño de un descenso a los infiernos del mundo laboral. Yo, precario recoge las experiencias, vejaciones y desilusiones que el autor se ha encontrado a lo largo de la última década mientras saltaba de un trabajo temporal a otro.
Tras animar disfrazado de dulce a los niños que acompañaban a sus padres a un centro comercial de las afueras; auditó máquinas de tabaco en bares en los que era recibido con recelo y amenazas; captó clientes en bicicleta para una empresa de telefonía y animó la final de la Eurocopa que ganó España.
La primera edición de este libro vio la luz hace diez años y fue recibido como un valioso testimonio de la crisis. Así lo explica el autor en el epilogo: «Visité cientos de medios de comunicación, me entrevistó Gemma Nierga en la SER, Isabel Gemio en Onda Cero y toqué techo con mi entrevista en El programa de Ana Rosa. En Jerez celebramos una presentación donde no cabía ni un alfiler, fue el libro más vendido en Andalucía de la editorial y protagonicé la contraportada de La Vanguardia, una doble página en El País y la contra de El Periódico de Catalunya.» No obstante, la odisea precaria no terminó con la publicación del libro y tantos años después reaparece con el mismo nombre y varias crónicas nuevas. Una obra en marcha que va ensanchando con el tiempo y sigue vigente como testimonio vivo de una crisis que no termina sino que se renueva y actualiza con mecanismos y estratégicas cada vez más perversos.
Este nuevo libro añade la crónica de cómo trató montar una delegación sindical en una empresa que estaba a punto de despedir a un buen número de sus trabajadores y cómo tuvo que enfrentarse al delirio burocrático de los grandes sindicatos y a la desatención institucional. Y termina con un texto paradigmático: «Aquella vieja conocida», donde narra cómo cuando creía haber abandonado la precariedad, tuvo que volver al oscuro mundo de las Empresas de Trabajo Temporal e inventariar ropa interior de madrugada. La precariedad, como el dinosaurio de Monterroso, todavía siguía ahí.
Yo, precario tiene como protagonista a su autor, pero no es un libro solipsista. Él tan solo es el sujeto de pruebas, un cuerpo y una voz puestos al servicio de una historia, que es la historia de toda una generación que ha tenido que migrar y sufrir unas condiciones laborales penosas. Laureano Debat lo define como un gonzo entrañable y nada nihilista, capaz de mirar con humor y compromiso. Un narrador que se sitúa a si mismo en un punto de vista que está «entre hombre y muñeco, entre trabajador y máquina, aparece en escena la alienación marxista, pero filtrada con la mirada paródica del Chaplin de Tiempos modernos». O como también dijo de él Manuel Rivas: «Éste es un libro en el que la desesperanza se eleva con la risa, el fracaso camina con un cómico irreductible, y el protagonista, el trabajador despojado y humillado hasta el borde de la inexistencia, afronta la injusticia con la épica más sutil. El Precario es un héroe de la ironía». Desde ahí mismo crecen estas crónicas que narran al tiempo que piensan y cuestionan el trabajo como forma de la identidad contemporánea.