Los modelos científicos a medio plazo ponen en evidencia la gravedad del desafío que supone la adaptación y mitigación del cambio climático en las ciudades, el ecosistema humano por excelencia donde, según Naciones Unidas, residirá el 70% de la población en 2030. En un escenario de decrecimiento energético y económico paulatino, resulta urgente establecer criterios que aseguren una justicia climática territorial y social. La presión creciente sobre el territorio, la biodiversidad y unos recursos energéticos e hídricos cada vez más escasos, llevan a la necesidad de definir estrategias de resiliencia donde satisfacer necesidades locales mediante soluciones locales basadas en la naturaleza. La actividad económica y el urbanismo han de responder también al nuevo paradigma que sustituye al de sostenibilidad, el de resiliencia. La ciudad resiliente se constituye como un referente ilusionante a perseguir para superar los retos ecosociales derivados del cambio climático, donde el bienestar humano y ecológico sean compatibles. La biomímesis, la circularidad, la localización y la suficiencia, entre otros, son principios rectores de las economías urbanas resilientes, donde el sector primario y secundario adquieren renovada importancia en las ciudades a la hora de producir su propia energía y alimentos o bien procesar los residuos urbanos para enriquecer los ecosistemas. El urbanismo ecosistémico permite integrar en el medio estas funciones aumentando la diversidad y multifuncionalidad del espacio urbano, cada vez más cercano a la ciudadanía y a lo comunitario.