HUBERTUS VON HOHENLOHE
La exposición presenta 50 obras de gran formato de Hubertus Von Hohenlohe (México, 1959) en 7 salas.
Viaja por el mundo con su cámara, capturando momentos con aparente espontaneidad y con un cierto sabor a publicidad encubierta, logrando unas imágenes cautivadoras y atractivas. Su forma de capturar el momento, no exento de romanticismo, se yuxtapone a una marcada estética alegre e informal. Hubertus mezcla con acierto la intuición y el cuidado trabajo de postproducción revelando una obra totalmente jocosa, fresca y diferente.
En una época de filtros, likes, egos desmesurados, exhibicionismo insolente, sobrexposición del yo, fanatismo estético y ambiciones superfluas, Hubertus von Hohenlohe nos enfrenta a nuestra realidad con una crudeza cargada de humor y cinismo.
¨I´ll keep playing the game until everybody remembers my name¨
(continuaré jugando el juego hasta que todos recuerden mi nombre)
En las salas uno y dos, se inicia con una serie de fotografías a modo de álbum familiar, que se intuye la vida del artista ante la fama.
¨Desperately searching for myself¨
(buscándome a mí mismo desesperadamente)
En la tercera sala, se manifiesta la necesidad del artista de reclamar su lugar en el mundo. Hubertus se infiltra sus fotografías como un voyeur no invitado, creando un juego de capas y colores donde la persona se perdido por el entorno que le rodea y le cautiva. El artista explora y se mueve buscando su particular armonía dentro del movimiento perpetuo de la ciudad.
¨Who is who inside of me¨
(quién es quién dentro de mí).
En la cuarta sala, el artista añcanza la fama. Se exhibe sus retratos. Personajes del cine, la moda, el folclore y el deporte, compiten con el artista por esos minutos de gloria. Infiltrándose en sus fotografías cuestiona quién es realmente el protagonista, ¿quién merece realmente este altar de admiración y veneración que llamamos fama? Hubertus presenta a estos personajes, que se han ganado el cielo de nuestra nueva cultura, apropiándose y colándose en su fiesta. Los retratos de Hubertus crean con extraordinaria fuerza, un mundo de reflejos que nos sugiere que todo lo que vemos es una ilusión.
Anunciando su vida como si se tratase de un producto a la venta, la quinta sala se convierte en un reclamo publicitario, una sala oscura donde los vibrantes colores de la ciudad, las luces y el movimiento crean un espacio cautivador donde el artista se pierde en una suerte de casi sacros; los santos venerados somos nosotros mismos, nuestro ego, nuestra imagen. La iconografía del cine y la publicidad se rinden ante la imagen repetida del artista que eleva su figura casi a los altares del narcisismo. Hubertus juega con nuestra percepción del mundo y nos invita a replantearnos quienes son nuestros nuevos dioses. Un reloj-escultura marca el paso del tiempo rodeado de personajes atemporales, invitándonos a ser testigos de nuestra propia mortalidad.
¨I´m a street artist without a Street¨
(soy un artista callejero sin calle)
este alegato que enmarca la sexta y última sala de la exposición, resume la trayectoria de Hubertus. Fruto del elitismo y de esa sociedad que no pisa la calle, el artista reclama su lugar en el barro. Busca su “calle”, ansía su lugar y, sin pedir permiso, se apropia con su cámara del arte callejero; se infiltra de manera descarada e insolente en cada rincón, presentando incluso su visión de España a través de sus propias experiencias, la tierra que le ha acogido con los brazos abiertos y con la que se funde entre imágenes de folclor, fiesta y arte.