Exposición individual del artista español Diego Cerero Molina, comisariada por Conchi Álvarez
Las pinturas de Diego Cerero provocan un magnetismo irrefrenable. Nunca antes el género del retrato ocupó el espacio escénico de nuestra galería de forma tan invasiva. La galería de efigies que constituyen esta muestra, atrae y sorprende por la envergadura de las piezas, pero sobre todo por la enormidad de las cabezas que casi desbordan los lienzos. El artista recurre a una composición impactante en la que sólo hay un elemento: el rostro, pues los fondos son neutros y casi planos. Lejos del género del retrato tradicional y más aún de los cánones clásicos, la nueva proporción que Diego plantea es de una cabeza colosal, de casi dos metros, que correspondería con una figura humana de 14 metros. Esta reducción del busto a sólo testas, convierte a estos retratos en suerte de cabezudos en un horror vacui que lo llena todo. Su gestualidad las convierte en caricaturas exageradas, con muecas y gestos del reino de la locura, pero como “una redención estética de lo feo” que diría Rosenkranz, o como ejemplo del uso armónico de la deformación, según Umberto Eco.
Estos rostros de mímica exagerada transmiten un mensaje en clave sarcástica que lleva a preguntarnos qué es lo que pasa con Diego en la soledad de su estudio. ¿Qué lleva a un creador a gestar estos seres exorbitantes? Y la respuesta podría ser que él es uno de esos individuos “nacidos bajo el signo de Saturno” como reza el título del famoso ensayo de Rudolf y Margot Wittkower en el que se dice que el artista tiene algunas características que la gente normal no tiene. La mayoría son de temperamento melancólico, y es Saturno, el dios mitológico, el que determina ese temperamento. En la Antigüedad se pensaba que los artistas podían pasar de lo más sublime, a situaciones rayanas con la locura. El neoplatónico renacentista Marsilio Ficino, creía que ser melancólico era un don divino. Así que podríamos apostar por esta tesis ya que ha sido frecuente el encasillar a los artistas, o al menos a algunos de ellos, como criaturas del mundo de Saturno. Pero no, en esta muestra, la tesis es que no es Diego el nacido bajo el signo de Saturno, ni está enajenado, sino que son sus retratados los gestados bajo la órbita del dios.
Para comprobarlo, basta con recorrer esta galería iconográfica de semblantes, para observar cómo transitan por estados de ánimo que van del asombro exagerado, hasta la idiocia más o menos grave, pasando por individuos de estrabismo exagerado. Algunos contienen frases que aportan valiosas pistas para indagar su significado: “fuera de servicio” (colgando en forma de etiqueta en la patilla de las gafas), crítica despiadada de la valoración que tiene nuestra sociedad sobre las enfermedades mentales y su tratamiento. “Prohibido fijar carteles R.E.A.” (en una enorme cara tumbada en el suelo) y “romper el cristal en caso de emergencia” (en los cristales de unas gafas rotas y recompuestas con esparadrapo de un supuesto ejecutivo) constituyen una sátira inteligente sobre algunas de las contradicciones del mundo capitalista. El resto, los que no llevan frases, invitan a una interpretación más subjetiva, que en clave freudiana implicaría que la repetición de estos rostros podría ser el intento fracasado de regresar a un trauma anterior para intentar resolverlo. Y ello es así no sólo por la hiperbolización de las cabezas, sino por el hecho de estar casi todas ellas expresamente decapitadas, sin cuello.