Ramón David Morales presenta su primera exposición individual, donde expone un conjunto de pinturas difíciles de etiquetar sin ceder a la simpleza.
Sí puede afirmarse con rotundidad que en cada una de ellas habita la esencia de una imagen coronada con el color preciso. Encontramos arquitecturas básicas; geografías vírgenes o suavemente intervenidas; objetos ancestrales, cotidianos, técnicos o divinos.
El proceso creativo del pintor va más allá de la copia simplificada de un motivo: Ramón David Morales devuelve al mundo de las ideas la realidad que representa a través de un ejercicio de síntesis conceptual que transforma la imagen de la cosa en expresión elemental de belleza. La aparente sencillez expuesta ante la mirada del espectador esconde un laborioso análisis particular y combinado de los cuatro pilares que sustentan y singularizan la obra: motivo, forma, color y materia.
El hombre primitivo moderno existe, y su larga mirada, de gran intuición y alegre sensibilidad, es la encargada de rescatar de entre el ruido aquello que pasa en silencio por delante de lo contemporáneo: objetos, escenas o paisajes de siempre que Ramón detiene en este tiempo para recrear su espacio. Un modo de ver que desentierra la raíz de lo real para acercarse al límite de lo tangible, tan cerca de la propia idea como del origen material representado. Sin intención desfigurativa ni un propósito lúdico o desafiante, sino esencialmente depurador, comienza el pintor destilando la forma de la cosa hasta llegar a la estructura mínima que precede a la deformación. Esta arquitectura de lo fundamental, compuesta por los elementos necesarios y suficientes, es el miriñaque sobre el que el autor trabaja y aplica el color que acaba devolviendo la carne al esqueleto extraído de la imagen fuente. Liberando al significante de su significado emerge una construcción de planos solidarios que con firme naturalidad conversan a través de un recreado y racional lenguaje del color. Todos, conscientes de sí mismos y entre sí, brotan de una pincelada modular, lenta y bien encarnada, que devuelve a la síntesis reseca el jugo y la vida, de modo similar al que renace la tierra convertida en pulpa tras el paso del arado. Acaba así de iluminarse vivamente un todo con voz propia ya establecido en el mundo de las ideas palpables del pintor y artista Ramón David Morales.