Que nadie se asuste en estos días, si ven pasear por la Calle Convento, a dos figuras de otro siglo, de prominente nariz él, y de difícil rostro ella, dirigiéndose ambos, a escandalosa risa puesta, a la Sala Cajasur en Algeciras, la ciudad de cuna de estos amantes que no fueron los de Teruel, de este dúo tan singular, que no conocieron ni Verona, ni Casablanca, ni a Romeo ni a Julieta, ni falta que les hizo, para ser la pareja más popular de una Algeciras que soñaba en color, pero que vivía en blanco y negro, que fueron Marco Antonio y Cleopatra, surcando locos y enamorados el Rio de la Miel, sobre una vieja barcaza, mil veces calafateada.
Me cuentan que se hacen llamar, porque así la memoria los conoce, El Chato y La Bella, y que juntos han vuelto, en un temporal sueño fotográfico, a una ciudad, donde echan de menos su cuartito caliente en el Secano, la tienda de Millán y la bodega “Cabeza de Toro”, donde dicen que este betunero que nunca se enfadaba, y su extraña pareja, que tanto discutía, apaciguaban el mundo y sus almas, con medias botellas de “quitapenas”, hasta beberse la vida.
Y que si ahora están en Algeciras, es porque se han citado aquí, con el fotógrafo algecireño, que a veces es japonés, TOMOYUKI HOTTA, para que éste cumpla su promesa de hacerles el retrato que nunca pudo y siempre quiso, origen y sentido de esta exposición, donde con ellos o sin ellos, TOMO y el arte nos esperan.