Una exposición de Jaime Román y David López Panea.
Una montaña es una entidad fuerte, pétrea y estable que a su vez concentra toda la generosidad de la tierra y acoge a todo bicho viviente. Crea un puente con el cielo, se abre como un volcán. Es un gran mamífero durmiente que en su abandono nos invita a acercarnos. Y eso lo concreta muy bien Panea en toda su obra y en el título de su exposición Gran Poder y en los dibujos que se exponen aquí. Es una fascinación muy antigua. Las grandes cajas de zapatos, los iglús de piedras, los túmulos que denominamos dólmenes rememoran esa visión de la montaña como una entidad que todo lo contiene, matriz y origen del hombre, tumba y abrigo. Esa misma atracción es la que ha llevado a Jaime Román a la elección de la montaña como propuesta artística, aunque su medio natural sea el mundo lacustre y portuario del Bajo Guadalquivir cuyo paisanaje plasmó en un evocador artículo. Si echáis un vistazo a las obras de ambos autores estaréis de acuerdo en que no es una exposición de paisajes al uso, no transfiere una información exterior objetivable ni se inspira en ningún accidente geográfico concreto. Nos movemos en un espacio simbólico, digamos también que éste nace de dentro. En los viejos tratados esotéricos taoístas se entiende el cuerpo como una extensión de la naturaleza, y así se le describe y se le dibuja, como un mapa con sus lugares e hitos simbólicos representados en lagos y montañas y también con valles, jardines y bardales que cultivar. Se crea así una guía del cuerpo humano, un paisaje interior.