Pedro Moya reivindica su derecho a hacer Arte Grande con presupuestos informalistas y abstractos. En los cuadros, que llamaremos así por no utilizar la fea palabra de escultopintura, el artista madrileño formado en la Facultad de Bellas Artes de Granada, no hay nada dejado al azar. Un signo frecuente de la obra sincera es que se reconozca fácilmente la identificación de la misma con quien la hace. Un cuadro de Pedro Moya difícilmente se confundirá con el de otros artistas. La «caligrafía», la estructura mental, el empleo de los materiales reflejan una claridad de conceptos y una afortunada facilidad para expresarlos. Los materiales empleados, igual da que sean capas gruesas de pintura, que restos de hierros herrumbrosos, alambres casi convertidos en tela de araña, viejas tejas o trozos de madera teñidos por el tiempo, tienen una función tan clara, tan decidida, y logran unos resultados tan convincentes, que difícilmente puede uno imaginar que pudiesen sustituirse.