La primera exposición individual de Manuel León (Sevilla, 1977) en la galería Yusto Giner marca un nuevo comienzo en su trayectoria y supone un cambio de inflexión con respecto a temáticas y asuntos anteriores. El giro es significativo. Parte de una especie de regresión positiva a la infancia y el gusto de pintar, buscando en el origen de lo que uno es ese estadio primario indeterminado que luego permanece por siempre en nosotros y da sentido a lo que somos posteriormente. El punto cero de ese germen inicial podría encontrarse en ‘Las aves’, su libro preferido de niño, el primero donde copió dibujos con apenas cinco años. Ese manual ornitológico, lleno de cuidadas ilustraciones, pertenecía a su padre, que aunque era empleado de banca, practicaba como hobbie la pintura. Es probable que lo comprara en alguna librería antigua, seguramente porque le llamaron la atención sus coloridos dibujos, poco habituales entonces. A llegar a la facultad de Bellas Artes de Sevilla y tener su propio estudio, de lo poco que se lleva allí es esta publicación grande de tapa dura, que se convierte en algo así como un talismán personal al que acude de vez en cuando. De hecho, en el lecho de muerte de su padre, lo único que le pide en herencia es el libro. De los tres hermanos, era al que con diferencia sentía más apego por ese objeto fetiche.