Gerardo Vielba asumió el papel de mentor de sus compañeros del grupo La Palangana, que derivaría más tarde en La Escuela de Madrid. Influyó en Gabriel Cualladó, Paco Gómez, Leonardo Cantero, Juan Dolcet y Fernando Gordillo que, a pesar de tener cada uno un estilo propio, traslucen un halo de Vielba. Su entusiasmo contagió también a los jóvenes con los que se encontraba en la Real Sociedad Fotográfica (Madrid), en los colegios mayores, en conferencias, debates y concursos. Escuchaba siempre y aconsejaba, dando su opinión con empatía y elegancia. En eso se mostraba fiel al «decálogo» de Eugenio d’Ors, que había hecho suyo: «Vence en el diálogo, pero convence».
Fue Vielba quien propició un cambio definitivo en la visión que se tenía entonces de la fotografía, algo solemne, encorsetada y demasiado deudora de la pintura; la inigualable sombra, estéticamente muy atractiva, de Ortiz Echagüe, el último pictorialista, planeaba aún sobre el panorama nacional.
Por su influencia, los fotógrafos empezaron a mirar la realidad cotidiana y a la gente corriente, liberándose de la obligación del transmitir un mensaje, de la alegoría, así como de un academicismo demasiado rígido. Fue la época del humanismo y del neorrealismo del cine italiano. En esa época fue también definitivo el influjo de un proyecto como The Family of Man (Nueva York, 1955), de Edward Steichen.
Aunque sus escritos se publicaron en numerosas revistas y catálogos del momento, la obra de Gerardo Vielba, contundente e innovadora para su tiempo, no es ni muy profusa ni muy conocida porque su generosidad lo hizo situarse en un segundo plano: él priorizó siempre la promoción de los demás. Era un hombre muy culto, consciente de su misión docente y moderadora de la teoría, filosofía e historia de la fotografía.