El autor muestra el paisaje humano de nuestras ciudades invadido por los teléfonos móviles, donde cualquiera puede sumergirse en esa pantalla (la mayoría lo hace). Para muchas personas los móviles son como una ventana abierta a la conexión con un mundo globalizado, aunque otras los ven más bien como puertas que se cierran y aíslan a la gente, haciéndola sentirse cada vez más sola en una especie de realidad paralela. Es la comunicación que incomunica.
Para el autor esta exposición es tan solo un testimonio que pretende dejar constancia de lo que la cámara capta en nuestras calles: la repetición continua de figuras inmóviles, absortas en su móvil.