En estas fechas la ciudad de México se convierte en una gran fiesta en la que se mezclan las tradiciones indígenas y la cultura cristiana. Según la creencia de la civilización mexicana antigua, cuando el individuo muere, su espíritu continúa viviendo en el Mictlán, y en esta fecha retornan a sus antiguos hogares para visitar a sus parientes.
La llegada de los muertos es una fiesta de alegría y evocación, pues no es motivo de tristeza la visita cordial de los difuntos. La hospitalidad de los mexicanos se refleja aún más si los visitantes son sus parientes ya fallecidos, por ello desde remotas épocas hasta la actualidad, disponen un gran “banquete mortuorio” con un altar ricamente decorado con todas las cosas que le gustaban al difunto.