Artistas participantes: Ana Teresa Ortega, Chema Cobo, Mario Espliego, Paula Rubio Infante, Simeón Saiz Ruiz y Tete Álvarez.
Decía Rilke en relación a la imagen poética que si arde es que es verdadera, Benjamin, a su vez, afirmaba que la verdad no aparece en el desvelo, sino más bien en un proceso que podríamos designar analógicamente como el incendio del velo, un incendio de la obra, donde la forma alcanza su mayor grado de luz. Lo siniestro funciona en la imagen como aquello que no se ve, un mecanismo complejo que queda oculto a simple vista. En este sentido, las obras permanecen veladas, requiriendo de un resorte que produzcan su desvelo. Lo estético puede traducirse en este contexto como la tensión inherente entre la imagen presente y la ausencia de aquello que oculta.
Es una búsqueda de la verdad a toda costa. Las imágenes del horror son demasiado cercanas, demasiado dolorosas como para no volver la mirada. El velo sirve como escudo, como modo de acercarse a este tipo de imágenes mediante un mecanismo que oculta todo este horror, pero que incita a conocer que hay más allá de él. Este cuestionamiento del pasado, que vuelve a emerger en muchos artistas contemporáneos, es debido a una herida abierta que existe en nuestra sociedad. Hacer uso del espacio expositivo para reabrir el debate en torno a la construcción de la historia se antoja como elemento fundamental sobre el que, desde el arte, contribuir al descubrimiento de la verdad del acontecimiento. La historia se construye de un modo abierto y múltiple con posibilidades de ser completada y redefinida; donde las imágenes se presentan a modo de constelación, y donde el tiempo queda condensado en ellas posicionándose contra la historia oficial.