Durante años la gente recibía en sus casas felicitaciones manuscritas sobre tarjetas impresas por lo general cuidadas y, con no poca frecuencia, bellas. Algunas de las más bellas recogían obras de grandes maestros presentes en las colecciones de los más importantes museos del mundo. Así, indirectamente, la felicitaciones navideñas se convertían, por unos días al año, en humilde vehículo de difusión cultural o artística.