Bajo un título tan explícito, la pie.flamenca encara el ciclo de exposiciones que cabalga entre 2022 y 2023. Se trata de ir entendiendo cuales son los regímenes de producción del flamenco, no solamente su sistema tecnológico –discográficas, productoras teatrales, etc.- o económico –mangar, capital privado, subvenciones estatales, etc.-, también el complejo dispositivo que hace aflorar poéticas y políticas determinadas, donde, a menudo, se suman formas culturales, contextos políticos y situaciones socio-económicas determinadas.
El artista y guitarrista neozelandés Darcy Lange, habitual en el círculo de Diego del Gastor, intentó definir el marco de trabajo que significa el flamenco, más allá de sus presupuestos discográficos o escénicos. De su evaluación de las actividades que se realizaban en el Cortijo El Espartero surgió una definición de productivismo que, por ejemplo, Dan Graham comparó con la neoyorquina Factory de Andy Warhol. Es decir, hay localizaciones, momentos históricos y formalizaciones de época que conciben de una manera determinada el hecho flamenco.
Ya en el proyecto Máquinas de vivir, definimos como lumpen-productivismo algunos de estos espacio-tiempos, lugares de producción como el Cortijo El Espartero, en torno a Diego del Gastor, la Semana de Cante Jondo de la Puebla de Cazalla, en torno a Francisco Moreno Galván, La Cuadra/La Carbonería de Paco Lira en Sevilla o Poesía 70, en torno a Juan de Loxa en Granada. No es nada nuevo, la historia del flamenco está escrita en esos lugares, desde el café del Burrero de Silverio Franconetti hasta el bar Candela en el Madrid de los años 80.
Entender las distintas formas de producción, sus aceleraciones y resistencias es entender cómo las formas musicales y dancísticas se entrelazan con las condiciones materiales, la sociedad y la cultura de un espacio tiempo determinado. Es en esos cruces, en esos campos de relación donde se construye el flamenco que ni es sólo un arte hecho por el genio de los artistas ni es la producción de un hecho antropológico total, sea este andaluz o gitano. Desde esta perspectiva, entonces, podremos entender las condiciones materiales de su forma, que van, desde luego, mucho más allá de una determinada música o un determinado baile.
Entender, por ejemplo, como a través de los ciclos de la bohemia (siglo XIX), la vanguardia (primera mitad del siglo XX) y la contracultura (segunda mitad del siglo XX) la resistencia material del flamenco es una de las constantes de sus lugares de producción. Primero, desde la marginalidad, y después, desde la hegemonía, la capacidad de resistencia es la cualidad que relaciona al flamenco con otros campos de la producción artística, sea esta la danza moderna, el turismo o la industria del espectáculo.
Con esta reflexión de fondo queremos realizar un ciclo de exposiciones, presentaciones y debates que iluminen de otra forma esos nudos de producción, lugares en los que, además, el flamenco entra en contacto con otras músicas y disciplinas artísticas y de pensamiento, lugares que no solo producen las músicas y bailes que llamamos flamenco, sino que amplían también su campo artístico, que son, desde el primer momento, la razón y causa de su extensión. Si desde la pie flamenca mantenemos que comprender el campo artístico del flamenco es entender su funcionamiento, su evolución histórica, sus lógicas de trabajo, entonces, es necesario comprender cuáles y cómo son sus formas de producción. El flamenco está formado por un campo de producción diverso y amplio; un archipiélago -conjunto de cosas unidas por aquello que las separa- que vamos a intentar exponer, analizar, comprender.
Para esto, en esta primera muestra, intentaremos dotarnos de una caja de herramientas pertinente. A los documentos mencionados alrededor del trabajo de Darcy Lange (1981-1989), sumamos el trabajo fotográfico de Jorge Ribalta titulado Laocoonte salvaje (2010-2011), una cartografía del territorio flamenco concebida precisamente desde ahí, desde el reparto de lo sensible que significan las lógicas de producción del flamenco de nuestro tiempo. Los trabajadores (2011), el vídeo de Pedro G. Romero que toma a Israel Galván como una suerte de Hombre de Vitrubio o Modulor, nos sirve también para diseccionar el ámbito del trabajo cultural. Con la película Taller de flamenco (2013), de Alfonso Camacho, nos introducimos en las formas y afectos que trenzan un grupo de aficionados y profesionales del flamenco en la ocupada Fábrica de Sombreros de Sevilla. Finalmente, en nuestro más inmediato presente, nos asomamos a La Aceitera (2019-2022), el lugar de producción que Rocío Molina está construyendo en Bollullos de la Mitación, todo un referente donde mirar el flamenco del siglo XXI.