Inauguración de exposición de fotografías + concierto homenaje a Imelda May + actuaciones
Nunca en Sevilla una puerta dio tanto que hablar...y mira que en Sevilla hay puertas, millones diría yo.
Están las puertas de la ciudad, testigos mudos del devenir del tiempo y la historia, puertas de gloria, donde los muchachos guapos entran y salen, vienen y van. Y casi oculta sobre una de ellas, en la Puerta Real, se ubica una pequeña puerta encajonada y de madera, con bisagras oxidadas donde los años (cientos diría) han querido hacerse notar.
¡Puertas hay miles! las hay giratorias, algunas interiores y otras exteriores, puertas físicas, invisibles, al infierno, de los ángeles, a la luz, de la oscuridad, mentales, del alma, una puerta que se nos niega, o que por el contrario se nos ofrece.
Todas marcan un límite, un tránsito, una frontera, una ida y una vuelta, invitándonos a tirar o a empujar, para abrir o cerrar, para entrar o salir, ... para amar u odiar, para llorar o reír.
Sin embargo, esta puerta que a mí me cautiva, algunos la ven, pero otros la observan y aquellos otros la miran y la comparan a veces con una ventana (¡qué vulgaridad!); hay quien la cruza, y otros, en el umbral de ella, se quedan, hechizados por su propia teatralidad.
Es ahí cuando el sujeto se convierte en figura, actor, intérprete, comediante, que emerge de la oscuridad y brota hacia esa luz indirecta que baila entre las paredes blancas de un patio engalanado de macetas.
¡Ay, esa puerta!, ¡qué catarsis!, ¡cuánta belleza!,¡cuánto amor! (amar es abrir o cerrar puertas, a veces de un estrepitoso portazo), como si fuera un puente, un lugar de paso donde nos formulamos la siguiente pregunta: ¿la cruzaremos o no?