LA RELIGIÓN
ENTRE LO MANIFIESTO Y LO LATENTE
¿Dios ha muerto? Aquella afirmación de Nietzsche se ha incumplido, pues la religión sigue gozando de buena salud en un mundo donde el racionalismo nos ha proporcionado bases sólidas para el análisis de la realidad. Tampoco la predicción decimonónica de Tylor ha llegado a buen puerto, pues el desarrollo científico, a pesar de haber puesto en serios reveses a todo dogma, ni mucho menos ha logrado apartar del centro de nuestras vidas a lo trascendente. En nombre de la religión se siguen movilizando millones de personas, se generan conflictos y se cataliza la acción, la praxis, en aras de logros, utopías y anhelos de vida eterna.
Para unos, la religión sigue siendo el opio del pueblo, para otros, un motor funcional, en términos durkheimianos, sin el cual no seríamos hombres.
Lo que está claro es que la religión se conecta con otros elementos de la cultura humana: desde la ecología, la economía, pasando por la organización social, la ética, la moral, el derecho y la política. Esto implica que nuestras creencias pueden ser variables dependientes de todos estos fenómenos, y que será imposible entender la dimensión de lo religioso, de lo numinoso, como decían Eliade y Otto, si lo analizamos sólo en términos religiosos, en el sentido fuerte de la palabra. Detrás de tabúes incuestionables hay cuestiones mucho más prosaicas, como analizaban Roy Rappaport y Marvin Harris al estudiar, respectivamente, los rituales religiosos de una etnia de Papúa- Nueva Guinea y la negativa judía y musulmana de comer carne de cerdo. Jugamos con lo manifiesto y con lo latente… o lo que es lo mismo, con lo evidente y lo que es necesario desgranar con profundidad, yendo más allá de lo expresado por los actores sociales. ¿A quién se le ocurriría pensar que determinadas creencias garantizan la recuperación de los suelos cultivables agotados a una población de horticultores? En ese sentido, para los actores, la firme creencia de la ulterior venganza de los espíritus de los vencidos , garantizará que no se cultive un predio hasta lograr que las almas de los enemigos se marchen, lo cual permite al investigador concluir que la religión puede ostentar un carácter funcional para un colectivo humano, cuestiones de trascendencia aparte.
El catolicismo de nuestro mundo mediterráneo no queda fuera de estos planteamientos. La Semana Santa, con todo su despliegue de elementos estéticos y expresivos; el ritual de los exvotos – relacionado con objetos rituales que se ofrecen a la divinidad como agradecimiento por el cumplimiento de favores solicitados a la misma- y todo el elenco de rituales y festividades asociadas a diferentes advocaciones, reflejan algunas de las características de una religiosidad que para ser entendida en sus dimensiones amplias de significado, necesita ser analizada no sólo de forma epidérmica, sino profunda. La promesa, una de las cuestiones centrales de nuestra religiosidad popular, garantiza un interesante marco de estabilidad psicológica a quien, viéndose desahuciado por la atención mundana, recurre a Dios para que intervenga. Y en este caso, observamos con nitidez la falta de necesidad del más allá, si tenemos en cuenta que la relación hombre y divinidad se establece de modo contractual bajo la fórmula do tu des.
A los santos e imágenes marianas se les pide intermediación en lo cotidiano, no en relación al más allá, sino al más acá, en relación con adversidades variadas, con la enfermedad. Los rituales festivos con presencia de advocaciones son fotografías sociales, donde una comunidad se identifica con unos referentes en los cuales hay multiplicidad de significados. Las celebraciones pueden generar identidad, cohesionar grupos y barrios y servir de plataformas para reafirmarse en una ciudad, en un pueblo. En ese sentido, la aparente contradicción del ateo que forma parte de una cofradía religiosa, o asiste a procesiones, podrá ser disipada si trascendemos lo emocional, al mismo tiempo que contemplamos con respeto y distancia el hecho religioso.
Ismael Sánchez Expósito