Del pintor e ilustrador SANDRO ARROGANTE.
Nacido en el seno de una familia acomodada, Sandro Arrogante (Parati, Brasil, 1889 – Peniche, Portugal, 1953) pudo cursar estudios universitarios en su país antes de emprender viaje a Europa en pos de los movimientos vanguardistas que emergían a este lado del océano. Compañero de fatigas de Pablo Picasso, Juan Gris y el amplio grupo de artistas españoles y latinoamericanos que se aventuraron para hacer carrera en el Paris bohemio de principios de siglo, Arrogante desertó pronto de sus afanes renovadores y se decantó por una estética modernista –aunque trasminada por un inquietante aire metafísico en su temática– como ilustrador de libros para niños y de ediciones de lujo para adultos, lo que le permitió sobrevivir holgadamente con su trabajo editorial –siempre firmado simplemente Sandro– y frecuentar salones nobles en unos años durante los cuales otros artistas de su barra pasaban grandes penurias económicas, lo que provocó envidias y más de un altercado antes del que sería definitivo, por una afrenta de faldas: se batió en duelo –por el amor de una cantante de fados lisboeta– con el pintor cubista Jusep Torres, que le vació el ojo derecho en un lance de la disputa. Humillado, tuerto y desengañado, Sandro Arrogante abandonó París sin más equipaje que una carpeta repleta de ilustraciones –un puñado de ellas dan contenido a esta exposición– y ya pocas ilusiones, para terminar afincándose a principios de los años treinta en Madrid, ciudad en la que frecuentó tertulias –“el tuerto Arrogante” era su apodo castizo– y en la que su estampa desaliñada se hizo popular junto a la del sablista y escritor Pedro Luis de Gálvez, con el que compartió página ilustrando sus artículos en algunos diarios de la época. También en Madrid, por entonces, se reencontró una noche, por azar, con la dama portuguesa que provocó aquel duelo parisino de su desgracia, y tras sus pasos se fue hasta Lisboa. Instalado primero en la capital y más tarde en Almada, Arrogante fue repudiado y denunciado por ella, estuvo encarcelado durante meses y, ya enfermo tras salir de prisión, se refugió en una aldea de pescadores cercana a Peniche, al norte de Lisboa, donde malvivió reparando artes de pesca y de la caridad de sus vecinos, hasta que se quitó la vida el 9 de febrero de 1953 caminando mar adentro y siguiendo así el ejemplo de su musa, la poetisa argentina Alfonsina Storni. El océano nunca devolvió los restos de Sandro Arrogante, y esta colección de ilustraciones –reunidas bajo el título “Los viajes imaginarios” por la artista y comisaria de exposiciones Sonsoles Brilhantes– es su único legado artístico conocido, el que hoy nos permite llamar a las puertas de la leyenda de este exquisito creador que abandonó su país natal y cambió de continente para encontrase a sí mismo, pero que solo de mano de su trabajo consiguió trascender el tiempo y fundir fronteras a través de sus viajes imaginarios con tinta y sobre papel.