En los productos de desecho (los niños) reconocen el rostro que el mundo de las cosas les vuelve precisamente a ellos, a ellos solos. En ellos no tanto reproducen las obras de los adultos como, mediante lo que con ellos confeccionan en el juego, ponen unos junto a otros, en una nueva, veleidosa relación, materiales de muy diversa índole. Walter Benjamin
Como perteneciente a la que está viniendo a llamarse nueva escuela de pintura andaluza, Laura Vinós es consciente de los peligros producidos por la existencia de una tendencia nostálgica y capitalizadora que a menudo problematiza esta etiqueta. De este modo, nos hace plantearnos algunas preguntas que parecen fundamentales desde la situación actual de las artes visuales: ¿cómo recuperar medios y formas de una escuela que ha sido fundamental para la construcción del panorama artístico estatal sin caer en el conservadurismo?, ¿cómo solventar la brecha existente en la circulación de la pintura entre el mercado del arte (ferias y galerías), el sistema institucional y otras formas de circulación del arte?
Para responder a la primera pregunta, es necesario hablar de uno de los peligros que corre la pintura andaluza al inscribirse en una tradición con demasiado peso en la genealogía artística contemporánea española. En el texto curatorial de la exposición Voces en el bosque. Inmaculada Salinas (La Virreina Centre de la Imatge, 2023), Joaquín Vázquez afirma que el panorama andaluz está dominado por la nostalgia formal: “una especie de apego a las formas, modos de presentación y circulación del pasado que fortalece su aislamiento frente a otras expresiones artísticas, impide la creación de nuevas representaciones y su circulación por otros espacios de enunciación -además de por la galería y el museo- con un ajuste más cercano a la experiencia artística contemporánea”. Si para Bárbara Cassin la nostalgia es, paradójicamente, la cualidad que impide recuperar lo que en el pasado se ha perdido, defiende que existe la posibilidad de revertir la función de esta emoción frente al desarraigo que, mediante la aventura que propicia, permite al exiliado dotarse “de una visión del mundo liberada de todas las adscripciones”.
Es aquí donde arranca el ejercicio artístico de Laura Vinós, que enfrenta a esta nostalgia conservadora con la alegría de lo lúdico, motivo que es a la vez operación en cuanto modo de hacer y constante leitmotiv en su obra. Así, lo realmente interesante es que, para Vinós y aún tomando el dadaísmo y los juegos literarios oulipianos como referencias fundamentales, el objetivo del juego no parece ser tanto la experimentación vanguardista, algo que correría el riesgo de obedecer a un excesivo deseo de inscripción o respeto a las influencias de una tradición pictórica muy explorada, sino una liberación alegre de ella, una superación del miedo a qué puede decir una pintora andaluza a través de la elaboración de un lenguaje propio bien consolidado.
Para responder a la segunda pregunta, es útil referirse a la exposición ETCÉTERA, ETCÉTERA, (Yusto/Giner, 2022). A menudo se señala que las instituciones estatales no adquieren en sus fondos suficiente obra pictórica teniendo en cuenta su buena salud en el panorama andaluz. Por otro lado, en el manifiesto por la revitalización de la pintura andaluza que acompañaba al catálogo de la muestra podíamos leer: “En tiempos de incertidumbre, la pintura es un valor refugio”. Alejados de esta perspectiva que parece ubicar el valor pictórico en relación a sus posibles usos de mercado, en el mismo texto se nos ofrece una clave para la superación de esta problemática al afirmar que “el territorio de la pintura es un espacio de pensamiento crítico tan profundo y denso como puede serlo cualquier otra manifestación cultural”. Entonces, al entender la pintura como un territorio, es decir, como una codificación, es susceptible de ser desterritorializada, produciendo nuevas dialécticas y, con ellas, la posibilidad de desarrollar nuevos discursos críticos. Es quizás está distancia de perspectivas la que precisamente fomenta una brecha cuya sutura es fundamental para los artistas que forman parte de este panorama y creo que es desde esta perspectiva desde donde deberíamos analizar eso que viene a llamarse nueva pintura andaluza y, concretamente y como exponente destacada, la obra de Laura Vinós.
Dialogando directamente con artistas como Luis Gordillo, Carlos Alcolea o Ana Barriga, Vinós enfrenta el lienzo en blanco como una tirada de dados mallarmeana. Evita en todo momento una pintura sujeta a esloganizaciones y propagandismos que distraigan el valor formal y discursivo de su propuesta para poner en el centro el juego como un fin en sí mismo. Un juego en el que palabra e imagen interpelan directamente al espectador, que genera espacios íntimos en los que desarrollar universos personales. Negando a Georges Perec, se trata de un juego sin instrucciones de uso, de ahí su título: MIRA! : ESTO NO ES UN(A) ORDEN.
Conforme recorremos la sala, figuras humanas y animales despliegan un imaginario burlón y una suerte de teatro de las ilusiones que, por momentos, recuerda al uso de las máscaras goyescas, de las que Tzvetan Todorov afirma que “esconden el rostro, pero muestran el interior, que no puede verse”. Las imágenes, de este modo, parecen querer decirnos algo y, al mismo tiempo, la autora vela todo posible mensaje concreto; vacía de significados los significantes y la palabra adquiere una dimensión gráfica y matérica, como si de una sopa de letras, en sentido literal y literario, se tratase. A través de un amplio conocimiento del uso del color y una sorprendente capacidad compositiva, las obras consiguen incitar a quien las mira, tal y como se propone Vinós, «a establecer una relación íntima con ellas», llevándolo a tomar una posición propia. Lo hace aprendiendo a jugar, siguiendo la cita de Benjamin con la que comienza este texto, igual que hacen los niños con los materiales de desecho de una obra. Es decir, lo hace no para reproducir las obras a las que referencia, sino para resignificar los materiales y para poner en valor los procesos de trabajo. Lo hace sin imponerles una función determinada y, por ello, otro constructo incapaz de escapar a las lógicas de la sala expositiva.
Es por estos motivos por los que este texto es más una invitación a ocupar una posición detectivesca, utilizando las palabras de Vinós, en la que la función de comisario, en otra acepción menos frecuente en el lenguaje galerístico, es cedida al visitante. Es posible seguir las pistas que la artista deja cuando afirma que sus imágenes “resultan un largo poema (…) que de forma lúdica incita a conjeturas en cuanto a lo que se narra” o que busca “una imagen enigmática y un espectador detective y que la función del detective es “no quedarse nunca en la lectura superficial de lo que ve”. Es en ese ir más allá que propicia la mirada atenta y la fantasía donde los niños, y quizás deberíamos recordarlo más a menudo, son especialistas, algo que nos lleva a la tercera función del juego en la obra de Vinós. Aquí se es invitado a jugar, a ser por un momento niños, y a dejarse fascinar por el juego de lo artístico. Siguiendo la máxima duchampiana, podemos pensar que en el juego siempre hay algo más serio de lo que parece, y que todo acto artístico supone un esfuerzo por “encontrar la jugada perfecta”.