ANA MARÍA ROBLES
En un tronco ahuecado a modo de piragua atravesamos uno de los brazos del Nilo Blanco. Rio caudaloso que contiene islas fértiles ocupadas por una comunidad que vive en armonía compartiendo todo, utensilios, mantas, instrumentos y colaborando en las milenarias rutinas diarias. Es territorio de los “Mundari”, pastores nómades del Nilo.
Por la mañana, poco a poco, las vacas son liberadas y lentamente se dirigen a pastorear dentro de la isla. Los niños se encargan de juntar el estiércol y prender las hogueras. Ellos nacen y crecen entre el ganado, se alimentan de su sangre y leche, se asean con su orina. Temprano, se los ve abrigados con mantas, cubiertos de ceniza, acicalándose.
Al atardecer, cientos de vacas Ankole regresan al campamento llamadas por el sonar de tambores. Van entrando a la niebla, al polvo y al humo producido por las hogueras de estiércol. Cada vaca tiene su lugar y atadas a una pequeña estaca se agrupan alrededor del fuego. Los hombres jóvenes encargados de su cuidado, las masajean meticulosamente con cenizas, hasta sus grandes cornamentas, para protegerlas de los insectos, en una ceremonia de total intimidad. Son vacas sagradas, intermediarias entre ellos y sus Dioses. El sustento de los Mundari, su posición social y dote para formar una familia depende de ellas.
Esto sucede en Sudan del Sur, el país más joven del mundo y también uno de los más pobres. Padecen una guerra interminable y las rivalidades tribales ancestrales persisten aún hoy. Según datos de Naciones Unidas, más de dos millones de personas han sido desplazadas y otros tantos han muerto.
Vimos realidades desconocidas, no difundidas, escondidas. Este pueblo orgulloso, mayormente pacífico y hospitalario, es la tribu más resistente al cambio de los grupos nilóticos cercanos a Juba. Sobrevive con su cultura milenaria en transición, hacia una cultura más sedentaria y occidentalizada.
La exposición es una producción del Centro de Exposiciones FIAP en el CIMIR de Reus, Cataluña, España.