En la obra de Susana de Reoyo existen tres etapas claramente diferenciadas. La primera de ellas nos permite entrever su admiración por Monet y donde - al igual que Macke - se inclina por un naturalismo simplificado , dando a los rojos, amarillos y naranjas una importancia casi expresionista al plasmar el bosque de Cercedilla en las candelas del otoño. En la segunda planta su caballete frente a Tierra de Campos para entablar diálogo con la naturaleza, allí donde la materia parece detenida en el tiempo y donde sus pinceles nos transmiten la soledad elegida, la calma y el silencio que brotan de su "Amanecer" o de "La encina", como metáfora machardiana reverdecida, pero sin otra compañía que su propia sombra. Tras esa etapa, transforma esa misma naturaleza en impactos cromáticos firmes y a la vez delicados que quizá nos invitan a buscar sueños que tuvimos un día de olvidada primavera. Con ella, Susana de Reoyo, vuelve a sus orígenes decantando el naturalismo inicial hacia el expresiónismo, probablemente como anticipo de su posible andadura camino de la abstracción. En todo caso, olviden ustedes cualquier crítica o comentario sobre su obra -incluido este- y, simplemente escuchen a sus ojos.