Fernando Clemente
La primera exposición individual de Fernando Clemente (Jerez de la Frontera, 1975) en la galería Rafael Ortiz nos descubre muchas de sus preocupaciones como artista, parte de ellas vinculadas a la asunción de la idea de pintura como un complejo proceso de elaboración donde un cuadro no es sólo una imagen final, sino la consecuencia de sumar infinidad de momentos previos que se van acumulando de manera superpuesta. Precisamente la reivindicación de la praxis generada en el estudio se convierte aquí en el argumento principal, que asume que estas obras huyen de la literalidad como un ejercicio de lingüística que se basa, sobre todo, en la investigación in situ.
Para que un pintor crezca, debe permanecer en tensión ante lo que hace, concentrado, sin conformarse con lo que va consiguiendo. La autoexigencia es un rasgo de madurez, un ejemplo de lucha personal que va corrigiendo una y otra vez lo ya realizado hasta dar con el acento adecuado que necesita cada pieza. Precisamente, la vida del cuadro se conforma con esa memoria en progresión que va añadiendo capas y capas. Es un método de trabajo directo, basado en el conocimiento, que te permite avanzar motivado por la intuición y el descubrimiento. Hacer visible esa pelea diaria que se desarrolla en el taller es contar la historia recorrida, desvelar las etapas previas, dar sentido a un oficio que necesita tanto de la percepción de lo táctil como de la mirada. No podemos olvidar que la pintura es un acto físico que requiere de un soporte concreto donde un cuerpo interviene para dejar una huella. Sobre la tela, unas ideas se van borrando y otras prevalecen. El azar también tiene cabida en este ciclo, donde no hay fórmulas y predomina una incertidumbre controlada. Los arrepentimientos, las desviaciones, también forman parte de la identidad de la obra, que se construye por ensayo-error antes de llegar a un cierre. De hecho, esa decisión final que busca la excelencia es la mejor opción posible de todas las planteadas hasta ese momento. Aunque no se vean, los pasos dados están ahí, pueden seguirse como una arqueología invertida. Dejar el proceso al descubierto, sin tapar completamente lo que ha ido sucediendo, es una de las cualidades que definen la producción de Fernando Clemente, que va dando cada vez más importancia al gesto espontáneo por encima de cualquier justificación conceptual. Ese poso de sedimento da calidez y personalidad a su pintura, la acerca a un tipo de emoción inexplicable capaz de conmovernos.
El título de la muestra añade humor e ironía con un juego de palabras, casi un trabalenguas. Tempidipinti es un término ficticio, no significa nada, pero nos conduce al idioma italiano. De hecho, a vuelapluma, si nos dejamos llevar por una traducción intuitiva, posee una ambivalencia característica del estilo de Clemente: a alguien podría parecerle una frase irrebatible sacada de un tratado que dijera algo así como “tiempo de pintar, momento de pintar” y a otro, una muletilla popular como el estribillo Nel-blu,dipinto-di-blu de la canción Volare. No es el caso, ni para un sitio ni para otro, aunque sí es pertinente destacar que este palabro o seudoextranjerismo que enmarca esta propuesta sí está vinculado con el imaginario actual del artista y nos habla de sus obsesiones de estos meses, cuyo próximo proyecto después esta muestra y de su participación en ARCOmadrid 2025 -con la Galería Rafael Ortiz- es una exposición individual en el Instituto Cervantes de Palermo, en primavera.
Sema D’ Acosta.
Sevilla, enero de 2025