En 1963, con la edición de Trasmundo de Goya de Edith Helman comienzan a ajustarse las interpretaciones del Francisco de Goya autor de los Caprichos, Desastres, Tauromaquias y Disparates, obras singulares que anuncian la modernidad con una complejidad que, básicamente, siempre se ha intentado simplificar en nombre de la técnica, del progreso, del porvenir.
Aprovechando la actual edición de Media Vaca, en su misma promoción, tras las ediciones de Revista de Occidente en 1963 y Alianza Forma en 1983, con un despliegue inédito de imágenes y complementos, se abre un apasionante gabinete de lecturas de esos modos de hacer de Goya. Interpretaciones, pero, decididamente en un ejercicio contra la propia interpretación.
Están las muchas versiones históricas de un Goya costumbrista, un Goya moralista, incluso de un Goya político. También el delirio productivo con el que Goya lleva a la locura al grabador De la Herrán y a la lucidez al escultor Oteiza. Un último apunte reivindica a la generación de autores goyescos, verdaderamente expulsados del canon artístico académico y de la memoria de nuestra modernidad -y quizás una de las razones paradójicas de nuestro actual provincianismo-, artistas tenidos por «menores» como Rosario Weiss, Francisco Lameyer, José Zapata, Eugenio Lucas Velázquez, los Bécquer o Leonardo Alenza, a cuyos Caprichos dedican sus habilidades un grupo de más de treinta artistas contemporáneos, desde Curro González o Abraham Lacalle hasta Salomé del Campo o Lola Lasurt. Una exposición «menor», sin duda, en el sentido que Gilles Deleuze y Félix Guattari dieron a la palabra: por un lado, desterritorializar, por otro, otorgar voz a la comunidad.