El discurso de esta exposición se asienta en la certeza de Broodthaers de que las artes visuales y la literatura, salvo excepciones, tienen una relación infértil y, sobre todo, asimétrica. Por ello, y para evitar el tópico de la conciliación entre las artes o de una intertextualidad posmoderna, se propone una selección de piezas artísticas no literarias, si bien muchas de ellas toman la palabra o la escritura como medio, soporte o inspiración.
Esta exposición se remonta a la dialéctica planteada por el Lessing del Laocoonte (1766), empeñado en presentar la relación entre la poesía y las artes visuales como un campo de batalla, no como una informidad de fácil consumo. Sobre la confusión entre las artes se ha escrito mucho, hasta el punto de que se ha generado un problema aún más complejo al caer en definiciones mutuamente excluyentes. En el siglo XX prolongaron la disputa los defensores del purismo de la pintura (Babbitt, Greenberg, Fried), dentro de un código moralista que niega la interrelación entre las distintas disciplinas.
Estos intentos restauradores han provocado respuestas avanzadas que son las que nos interesan en nuestra propuesta, y que poco tienen que ver con esa especie de celebración de la confusión y de la mezcla indiscriminada que ha caracterizado a buena parte del arte de las últimas décadas, tildado por Rosalind Krauss de deudor de la moda internacional de las instalaciones y el arte intermedia, así como de cómplice de la globalización de la imagen en la sociedad capitalista. Ante ello, hay artistas que no solo lo rechazan, sino que también se han resistido a retirarse a versiones devaluadas de las tradicionales pintura y escultura.
A esos artistas atiende esta exposición. Autores conflictivos que tratan la confusión de las artes en términos radicales y, desde luego, críticos. Y que reconocen con naturalidad un estado de choque que resulta por fortuna muy productivo. Nos acercamos a textos imposibles que se sitúan en el centro de escenarios de confusión, pero no solo para distraer o turbar al espectador, sino como la única manera de hacerlo avanzar y, con él, a la escritura misma.