Es su galopar el motivo de inspiración que cubre de poesía cada pincelada plasmada en los lienzos. Es roja, blanca y verde, huele a castaño y azufre, va a la fuente y bebe de su agua. Así transcurre la mirada tierna, ágil, sensible y nostálgica del artista Agus Díaz Vázquez (El Cerro del Andévalo, 1987), incesante, enraizada en sus orígenes y plagada de lírica pictórica. No deja un resquicio de su pintura sin cubrir de esencia. Son sus personales e inquietos trazos los que reflejan la tradición de un pueblo, de sí mismo y de su Huelva lejana.
El artista, se asoma a la ventana y vislumbra a lo lejos el accidental surgir del caballo que galopa y que resulta cómplice y protagonista de su intensa paleta. Su cabalgar azul le seduce, le atrae, resuena a golpe de guitarra y fuertes empastes de óleo. De sus brochas, surgen espontáneas pinceladas sin medida ni control, resaltan elegantes líneas y excitantes colores que no cesan en su intento de captar lo instintivo, lo rural, lo verdadero, su visión de lo buscado. Sus dibujos, accidentales, desbocan en ecos a fandango, cante jondo y lirismo onubense, rememorando una pureza castiza donde nunca desaparece el animal como mensajero.
Dentro de la tela, el artista se nutre de recuerdos, de presencias contenidas en flores de jara y vasijas de barro, que se asientan como bodegones bucólicos e inmóviles y cuyas plantas arden en deseos de vida y, ácidas de color, respiran contemporaneidad en cada una de sus hojas.
Asimismo, en las pinturas de Agus Díaz, el cielo respira y vibra. Se vuelve tornasolado, amarillo, mentiroso, marrón, andaluz y onírico, e incluso se funde en la oscuridad mística en la que el autor sueña a Lorca, a Juan Ramón Jiménez, o rebotan en sus oídos sones rockeros de Triana y cantes desmesurados del dios Toronjo, profeta musical que deambula entre sus brochazos. Es durante esta algarabía de vivencias cuando el creador mancha efusivamente la tela. Sobrevuelan este mantra creativo las feroces y histriónicas rapaces que habitan en su animalario y que, sublevadas, atacan de improviso, elegantes y fieras. Su presencia solo es superable a la llamada estrellada de un pájaro negro que, sobre el tejado, grita. Es puro color.
Todo encaja en la obra de Díaz Vázquez. E incluso se arriesga y juega con el humor y la comicidad clásica de lo que le es familiar, seña identitaria de su pintura, impregnando sus múltiples formatos de una técnica depurada, inocente y naif, para trascender a lo personal a través de un exquisito dominio del dibujo. Lleva consigo el olor a la fauna y flora que le brinda su paraíso, y de la cual se alimentan erguidos corceles negros y ciervos que portan amarillos soles. Es ahí cuando Agus sumerge los pies en la yerba y dialoga con el mundo, desde su germen, con su arte y su mirada puestos en la creatividad, sujeta a la improvisación como método de creación viva.
Su pintura es un fiel reflejo de lo que siente, lo que sufre y lo que ansía, lo que vive y lo que es.