La Virgen recibió tal título tras su intervención en la batalla de Lepanto, consiguiendo la victoria por parte de los cristianos. San Pío V fue quien, consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a todos los cristianos que lo rezaran y que suplicaran a la Virgen el auxilio ante el peligro, es decir, la batalla. Desde entonces arraigó la devoción a Nuestra Señora del Rosario.