Con Gluck, la ópera intenta volver a la esencia. Siguiendo las ideas propugnadas por Rousseau, persigue dar el protagonismo a la acción dramática y desprenderse del ornamento. Puente entre el Barroco y el Clasicismo, vuelve a menudo a los temas de la Antigüedad, buscando lo que él llama “una bella simplicidad”. En Alceste, Gluck no solo consigue una partitura radicalmente innovadora, sino dignificar la figura de la mujer, tan zarandeada por la actitud libertina del siglo XVIII. En su idealización de lo femenino recurre a personajes como Ifigenia o Alceste, dispuestas a sacrificarse en lugar de sus consortes, reinando así entre las heroínas más hermosas de la literatura universal desde Eurípides.