Los actos conmemorativos que a lo largo del 2014 se llevan a cabo para recordar los 400 años de la muerte de El Greco, tuvieron el 20 de septiembre un broche de oro: La interpretación del Requiem que Wolfgang A. Mozart comenzó a componer poco antes de su muerte.
Dirigida por Ivor Bolton, y con la participación de la orquesta y el coro titulares del coliseo madrileño, la nave central de la catedral de Toledo acogió esta obra que el genio de Salzburgo dejó inconclusa, y que terminó su discípulo Franz Xaver Süssmayr. Encargada por el conde Franz Von Walsegg para ser interpretada en los funerales de su esposa, Mozart siempre pensó que se trataba de un juego del destino que le obligaba a componer la música que acabaría sonando en su propio funeral.
La catedral de Toledo vuelve a ser el escenario perfecto donde confluyen música, pintura y arte.