La aparición de Dolorosa en la escena granadina fue acogida con una mezcla de complicidad y aspereza hace más o menos un lustro. Sus dulces y exquisitas canciones dejaban en realidad un regusto acibarado. Se convirtieron en el perfecto grupo generacional: la voz del treintañero medio. Es decir, el retrato de gente sin futuro que, por abnegación, o por narices, estira la juventud hasta nadie sabe cuándo mientras asiste a la lenta digestión del 15-M y al desfalco de un país con las instituciones patas arriba. El proyecto de Raúl Bernal —músico de amplia experiencia en las formaciones de Lapido, Quique González o Loquillo, entre muchos otros— encontró en Natalia Muñoz la figura idónea para transmitir un discurso agrio, a veces desesperanzado, por el que también se filtran rayos de luz y una sutil ironía.
Con un título mucho más optimista de lo imaginable, Un gran presentimiento ofrece, ante todo, una colección de canciones valiosas, sin fisuras. Y supongo que experiencias como la paternidad y su traslado fuera de la urbe, o las tensiones personales que casi dinamitan a Dolorosa, han influido en las composiciones de Raúl Bernal. Piezas perfiladas con la meticulosidad artesanal de un auténtico obseso del oficio de ensamblar músicas y letras sin desbarrar en el intento. Raúl escribe con urgencia pero escribe con precisión. Y con el mérito añadido de hacerlo con conciencia grupal y sacando el lado femenino en el que Natalia se identifica.