Red Andaluza de Teatros Públicos
ARGUMENTO
Aunque resulte difícil de creer “Dr. Frankenstein”, la película de James Whale de 1931, que forma parte de la iconografía personal de muchos de nosotros, no tiene banda sonora. Fue uno de los primeros grandes estrenos del cine sonoro y sorprendió a muchos por lo impactante de sus efectos de sonido, pero la soberbia expresividad de sus imágenes funcionaba por sí sola sin la ayuda de música que la sustentase, aunque precisamente por eso en nuestra memoria nos resulte extraño recrearlas sin música. Durante el confinamiento de 2020 decidí componer esa banda sonora. Fue un ejercicio de libertad sobre una figura que simbolizaba mucho de lo que estaba ocurriendo. El gran depredador humano había llegado a disociarse tanto de la naturaleza, a considerarse tan ajeno a ella, que la sorprendente explosión natural que provocó su reclusión fue algo inesperado. La muerte y la incertidumbre asolaban el mundo mientras animales transitaban por calles vacías y crecían hierbas en lugares insólitos. La muerte y la vida, una y otra vez, no se entiende la una sin la otra. Y ahí estaba la historia: la arrogancia de un creador de vida que reniega de su obra y la inocencia de una criatura que solo necesita un motivo para vivir, posiblemente amor. Al que se le niega por miedo, el peor de nuestros enemigos para afrontar estos nuevos tiempos. Al final de la película, Frankenstein, que aunque no tiene nombre lo llamamos igual que al padre, muere, y así acaba la suite. Pero quise añadir un epílogo, un final de luz para dar una nueva oportunidad al monstruo, a la naturaleza, ¡a la vida!, y a nosotros mismos, para que aprendamos a amarlo.