Hugo Salazar hunde sus raíces en el epicentro del sur: la ciudad de Sevilla, la eternamente romanceada Sevilla, la de tardes de plazuela y madrugadas de taberna. Las mismas plazuelas y madrugadas en que Hugo solía, de adolescente, tocar su maltrecha guitarra, cantando sus primeros amores, descubriendo la luz de los días. Aquella voz quebrada hacía augurar ya entonces a un artista en ciernes cuyas tonadas pronto corrieron de boca en boca por patios y zaguanes, por el río y en Triana.
Nació y creció rodeado de coplas y guitarras, soniquetes de piano y el ardor de las voces sureñas. No había rincón familiar donde no se cantara, ni reunión que no acabara en fiesta. Tocado de esta gracia, decidió andar los caminos de la música y construirse una voz, un tempo, un ritmo propio con que cantar las cosas del corazón y el mundo circundante. Y así echó a andar de sur a norte y viceversa, con sus afanes a cuesta.
Junto a varios de sus amigos de juventud —compañeros de armas, mosqueteros de Híspalis—, fundó un grupo que causó furor entre las adolescentes allá donde cantaran. Ir a escuchar sus canciones, las propias pero también versiones de temas populares, era punto obligado de la noche sevillana, y no eran infrecuentes, al acabar la función, las interminables colas de chicas en vilo esperando un autógrafo, un gesto distraído, tal vez un beso robado a la madrugada.
Por entonces, apenas veinteañero, la fama local de Hugo Salazar dio un salto de gigante a las pantallas de TV de manos de un conocido programa musical, Operación triunfo, que en los últimos años ha descubierto y lanzado a algunos talentos del panorama de la música española actual. Como triunfito enseguida se ganó las simpatías del gran público, y sus ocurrencias, así como su carácter espontáneo y sincero, pero sobre todo su voz llena de matices y tonalidades en cada interpretación, fueron muy comentados y aplaudidos por el jurado y los telespectadores.
Este año va a sacar su sexto disco, y ya ha presentando alguno de los temas que lo componen, como ‘Adivina adivinanza’, ‘Pólvora’, o ‘Sin argumentos’.