"Adormecido va en nuestra alma el niño que fuimos. Rara vez despierta, y siempre es en las trágicas o en las felices crisis. Es cuando el dolor nos halla demasiado indefensos y cuando sentimos que la alegría se hace sol fecundo en nuestro interior jardín...". Con estas palabras abría José Francés su crónica sobre la fiesta de Reyes, en enero de un lejano 1923, en la que Federico García Lorca, Manuel de Falla y Hermenegildo Lanz estrenaban la Función de Títeres de Cachiporra (Cristobica) en la casa familiar de los García Lorca. Se representaron Los dos habladores, entremés atribuido entonces a Miguel de Cervantes, La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, de Federico García Lorca, y El Misterio de los Reyes Magos, auto sacramental del siglo XIII. Como música incidental para esta representación, Manuel de Falla seleccionó una serie de obras históricas y contemporáneas, que adaptó para una original formación: piano, clarinete, violín, laúd y voces blancas.