De carácter abierto y animoso, Steve Wynn -nacido en Los Angeles el 21 de febrero de 1960, hoy instalado en Nueva York- lleva dos décadas grabando discos que son un reflejo de esa inquieta personalidad. Se le reconoce históricamente por su papel como agitador de un rock de guitarras entre ácido y confesional desde los fundamentales Dream Syndicate, pero esa losa no ha impedido que encauzara una carrera en solitario, quizás irregular pero siempre sincera, que le ha convertido en apreciado artista serie B. Grabaciones directas y crudas, o producciones con ecos del pop artesanal de los 60, se han ido alternando en el trayecto con proyectos paralelos tan encomiables como Gutterball -cuyos conciertos por España a mediados de los 90 son recordados como fundamentales en su actual posición.
La de Salto es música para escuchar, aunque eso suene redundante y hasta innecesario. Para escuchar y también para reflexionar y apreciar cada uno de los matices en los que se desenvuelve con acierto un artista con discurso -narrativo y musical- que, aunque ajeno a los vaivenes de las modas, o a lo mejor por eso, se está labrando una carrera de largo recorrido, bien pensada y ejecutada. Lo suyo es un cruce entre el folk rock americano y un pop sofisticado y elegante, lo que algunos han dado en llamar de cámara, que empezó interpretando en inglés para después, en su tercer y último disco hasta ahora, titulado “Gran salto adelante” y publicado en 2022 por la discográfica BMG, pasarse al castellano. Una buena idea porque sus letras, brillantes, pueden llegar así a más gente.
Los FRUIT TONES son una pandilla de rock n’ roll de Manchester. No hay nada artificial en ellos, lo que ves es lo que hay. Música real tocada por gente real por motivos reales. Nada más. Su segundo LP 'Pink Wafer Factory’, editado por las leyendas del underground Alien Snatch! y Fuzzkill Records fue grabado, producido y mezclado en su local de ensayo de Manchester durante el confinamiento, y masterizado por Mikey Young (Eddy Current Suppression Ring). Un disco que ejemplifica su ironía y descaro y ese halo de “nacidos para perder” bajo una producción stoniana. ‘Pink Wafer Factory’ suena al desparrame de la Velvet Underground en un demente honky-tonky, a saltar a la pista de baile con botas sesenteras, a espasmos de Buddy Holly y fraseos de guitarra que harían ruborizarse a Chuck Berry. Influencias de rock n’ roll primigenio, de country, blues, garaje, punk y glam se fusionan en un todo que explota en tu cara con una integridad y un desparpajo que pudiera parecer que ellos mismos han inventado la receta. Han tocado en SXSW y en el ‘Luck Reunion’ de Willie Nelson, y ahora vienen a poner patas arriba tu ciudad.