A un escritor de cuentos se le agota la inspiración y sólo es capaz de permanecer tendido y con la atención dormida contemplando una pantalla de televisor que le ofrece un continuo programa de permanencia en un mundo ficticio, virtual, impidiéndole vivir plenamente una realidad creativa y laboriosa. El escritor, el poeta, que recuerda vagamente a los imaginarios héroes y fantásticos muñecos que él ha creado para delicia de niños y mayores, sufre porque desea volver a llevar, con su inventiva, felicidad y soluciones narradas a problemas que se presentan en el mundo real de su público.
Hasta sus propios personajes se reúnen y conspiran para que vuelva un torrente de imaginación...