Con Auguri, Olivier Dubois vuelve a llevar al límite los cuerpos de sus bailarines, con un espectáculo en el que tanto los intérpretes como los espectadores pierden textualmente el aliento.
Si la mayor parte de los espectáculos del coreógrafo y bailarín francés son desmesurados y exigen una entrega absoluta por parte de sus bailarines, esta vez, en Auguri Dubois sube la apuesta y gana haciéndolo a número ganador, lo más difícil. En la Bienal de la Danza de Lyón profesionales, crítica y espectadores no salieron de su asombro tras el estreno de esta producción. No era posible el derroche de fisicidad al que habían asistido y que los que les habían regalado aquella generosidad -sin límites- hubieran salido indemnes.
En Auguri los intérpretes se abandonan a esprints imposibles, giran como poseídos, corren como maratonianos. Pero en nada se parece este espectáculo a una prueba deportiva, incluso si han tenido que contratar para los ensayos a un preparador físico. Tendría que ver más con los derviches, esos bailarines sufíes que giran, sin solución de continuidad, hasta llegar al trance.
Acompañados por la música hipnótica de François Caffenne, durante 60 minutos, los “derviches corredores” de nuestro coreógrafo, los 22 bailarines del Ballet du Nord que dirige desde el 2014, atraviesan el escenario a toda velocidad.