FESTIVAL DE TEATRO DE EL EJIDO 2022
En el bar del hotel Roma, en la ciudad de Turín, una periodista habla con la redacción de su periódico mientras espera que aparezcan dos personas para hacer una entrevista de gran importancia. Entre las sombras aparece el primero de ellos. Se trata de Primo Levi, escritor de reconocimiento mundial, químico de profesión y superviviente del campo de exterminio de Auschwitz.
Levi viene a ser ‘testigo’ de la entrevista que Anna, la periodista, va a mantener con Maurice Rossel, de nacionalidad suiza, antiguo miembro de la Cruz Roja Internacional durante la Segunda Guerra Mundial. Rossel visitó los campos de concentración nazis y llegó a hablar con los oficiales al mando y con algunos prisioneros antes de emitir un informe que resulta cuando menos polémico. La experiencia de ambos hombres, que estuvieron en el mismo campo, fue diametralmente opuesta. Uno tuvo el privilegio de visitarlo como observador y moverse con cierta libertad. Levi, por el contrario, vivió el horror de una de las experiencias más extremas y destructoras del ser humano que hayan existido jamás.
La escena va cambiando a medida que transcurre la entrevista. Las preguntas de Anna empiezan a tener un tono más acusatorio. Ella está perfectamente informada de todo lo escrito por Rossel sobre aquellas visitas y tiene también información de lo que en realidad ocurría allí. Con sus preguntas, Anna irá ‘acorralando’ a Rossel a base de matices que va señalando y que dejan al antiguo miembro de la Cruz Roja en una situación muy delicada, pues parece no haberse ‘enterado’ de lo que estaba viendo en los campos.
Finalmente, Levi volverá a escena para mostrarnos un epílogo lleno de lucidez en el que siente las bases de la decencia moral. Con todo, Levi no se considera un moralista, sino solo un narrador.
No sólo porque tratara el tema del holocausto, que supone un punto de inflexión en la historia europea que nos obliga a pensar y a narrar de una manera diferente, sino porque el acercamiento que hace su texto nos permite ir un paso más allá en la reflexión sobre el holocausto volviéndolo tremendamente contemporáneo. ¿Qué podemos recordar y por qué lo hacemos? ¿Cuál es el papel de la memoria? ¿Qué somos capaces de negar e imaginar? … ¿Qué queremos recordar y para qué? El personaje de Rossel abre un sin fin de preguntas y contradicciones sobre el papel de la memoria. Rossel dice no haber visto y no podemos saber si es que realmente no vio, no quiso ver o, quizás, se limitó a no ver. Rossel se construye un argumento inconsistente y Claude lo interroga revelando la fragilidad de su justificación. Frente a él Primo Levi es testigo y víctima de lo que ocurrió. Aunque él quisiera huir de esa experiencia no puede hacerlo como sí hizo Rossel. La distinta experiencia de una misma época marca el punto más importante de confrontación en la obra.
El texto es pues, tremendamente rico. Todo ello, además, con un solo escenario y tres personajes. La obra tiene una esencialidad que es por la que apuesto como director. Un decorado prácticamente inexistente, un telón negro y los elementos esenciales. Una atmosfera creada por la luz. Si hay algo que me atrae de dirigir teatro, y más aún ante una obra como ésta, es la posibilidad de desnudar la puesta en escena y convertir la obra en un retrato del cuerpo, la luz y el espacio a través de la emoción contenida de los actores. Como director siempre he tratado de esquivar la mecánica y centrarme en la belleza de lo que se retrata. Una belleza que está contenida en el corazón y el rostro de los actores/actrices en el espacio.
Con Antonio de la Torre, María Morales y Juan Carlos Villanueva. Dirigida por Manuel Martín Cuenca.