Rocío Molina ha acuñado un lenguaje propio cimentado en la tradición reinventada de un flamenco que respeta sus esencias y se abraza a las vanguardias. Radicalmente libre, aúna en sus piezas el virtuosismo técnico, la investigación contemporánea y el riesgo conceptual. Sin miedo a tejer alianzas con otras disciplinas y artistas, sus coreografías son acontecimientos escénicos singulares que se nutren de ideas y formas culturales que abarcan desde el cine a la literatura, pasando por la filosofía y la pintura.
El anhelo y la melancolía en la creación son como los cantes de ida y vuelta, se deslizan entre las armonías del recuerdo y rembranzas y se escurren entre las disonancias del riesgo, la evolución, el desapego y el deseo, un ir y venir, un renegar y echar de menos.