Estamos en 1640, un joven pintor, Bartolomé Esteban Murillo,recorre callejuelas y adarves de Sevilla, y habla con las gentes del pueblo llano. En una plazuela, el ciego coplero organiza un juego consistente en la escenificación dramatizada de antiguos romances de ciegos, de la llamada “literatura de cordel”, y antiguos cantares populares sefardíes y moriscos. Le rodean niñas, niños, mujeres ,abuelas y tipos populares que él observa profundamente pensando en los modelos para sus cuadros. El pintor de los niños y de las niñas de Sevilla toma apuntes de los tipos que le rodean, y reflexiona acerca de sus vidas azarosas, se inspira en sus cantares y nos relata también la desgracia de la peste o de las guerras y la ilusión de los que parten a la lejana Nueva España. Y no solamente los retrata, sino que con sus pinceles también atrapa su alma, y los hace inmortales.