Tradicionalmente Yerma ha sido leída prestando atención a la infertilidad de su protagonista a lo que, sin duda, contribuye el carácter simbólico del nombre que su autor, Federico García Lorca, le dio a su protagonista. Yerma es, en el imaginario colectivo, “la seca”, como ella misma se autodenomina “la marchita”. Sin embargo, el poeta andaluz va a dejar claro que, pese al título, el problema no reside en la mujer sino en el marido. ¿Es el problema de Yerma un problema de infertilidad, o de pasión? “Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca”, le dice la Vieja, “quizá por eso no hayas parido a tiempo” le dice. Y mientras Yerma se consume por dentro, se quema… Es, el suyo, un amor de los que duelen, un deseo de los que no se sacian, un padecimiento que sólo acaba con la muerte, como acabaron los padecimientos de Cristo en la cruz. En La pasión de Yerma volvemos a profundizar en los conflictos que ya apuntara Lorca, nos adentramos en la tensión entre deseo y moralidad, maternidad y muerte, género y poder, pero lo hacemos desde la libertad que nos ofrece una visión contemporánea. Desde la dramaturgia se ha trabajado pensando más en el último Lorca, el de La casa de Bernarda Alba, de ahí que se haya dotado de mayor protagonismo a los personajes femeninos y a su universo privado. Por otro lado, el conflicto sexual ha adquirido mayor protagonismo frente a la imposibilidad de Yerma de ser madre. Del mismo modo que la maternidad no puede hoy día ser entendida como en el siglo pasado, en esta nueva versión del clásico nos planteamos los diferentes motivos que pueden llevar a estos personajes a desencadenar la tragedia porque, como ya demostrara en su día García Lorca, ni la honra más firme es capaz de sujetar las pasiones.